«El Dragón Blanco. No pensé que era un niño», pensó Elara, «Pero aquí está».
Su aspecto desordenado no le molestaba, pues la cautivadora belleza de sus ojos violeta de dragón capturó su atención. Quedó momentáneamente cautivada por la profundidad de color e intensidad de su mirada.
Sin embargo, a medida que continuaba observándolo, rápidamente notó algo más que le hizo hacer una pausa: debajo de su camisa asomaban escamas blancas, una señal sutil pero innegable de su conexión con los dragones.
Elara se reprochó internamente, sorprendida por la inesperada vista de las escamas de dragón. No podía negar el encanto del chico ni el de su herencia de dragón, pero rápidamente se recordó a sí misma que solo era un niño.