El sol descendía más allá del horizonte, arrojando tonos dorados y lavanda sobre los amplios jardines de la Mansión Silverthrone.
Archer y Mia se encontraron sentados en un banco de piedra. Habían elegido un punto desde el cual se tenía una vista privilegiada del jardín donde Sia se hallaba absorta en su entrenamiento.
El rítmico choque del acero contra acero y la determinación concentrada marcada en el rostro de Sia eran un testimonio de su dedicación y habilidad.
Sus movimientos eran gráciles, con golpes precisos, paradas y un trabajo de pies fluido que cautivaba la mirada.