Tanto los combatientes como los espectadores, monstruos y guerreros por igual, detuvieron sus movimientos, cautivados por el evento que se desplegaba. Era como si una fuerza invisible hubiera paralizado momentáneamente la totalidad del campo de batalla, centrando la atención de todos hacia el choque.
La curiosidad mezclada con sorpresa a medida que los combatientes se enfrentaban, sus movimientos observados atentamente por los presentes. Lo particularmente intrigante era la ausencia de cualquier presencia discernible emanando de la misteriosa armadura que llevaba el caballero de la muerte de cristal. Esta aparente falta de un aura o energía identificable solo profundizaba el misticismo que rodeaba a la entidad, incrementando aún más el interés de todos los reunidos.
