La forma de Atticus destellaba a través del bosque a toda velocidad. Aún parecía un borrón, moviéndose hábilmente y evadiendo los árboles y otros obstáculos en el bosque.
Si uno quisiera la verdad absoluta, Atticus no tenía absolutamente ninguna idea de adónde iba, ni tampoco Aurora, quien estaba detrás de él.
Solo sabía una cosa, y esto era exactamente lo mismo que seguía reproduciéndose en su cabeza, constantemente y sin cesar: tenía que seguir corriendo.
Las venas en la cabeza de Atticus latían con tal fuerza que parecía como si fueran a explotar en cualquier segundo. Atticus repetía esas palabras, sus manos apretadas goteando sangre carmesí mientras intentaba con todas sus fuerzas permanecer lúcido.