Un bostezo fuerte se escapó de los labios de Felicie, cuyos ojos confundidos escaneaban la habitación en la que estaba. Un cierto pensamiento entró en su cabeza, lo que la hizo saltar inmediatamente hacia arriba desde la cama.
Al girar la cabeza hacia un lado, avistó a Zeras, que estaba apoyado contra la pared, recostado en ella con su habitual expresión perezosa, pero esta vez, una pizca de diversión se podía ver en su rostro mientras la miraba, o más precisamente, el lado de sus labios donde se podía ver saliva seca.
—¿Por qué me miras así? ¿Acaso no baboseas cuando duermes? —preguntó ella, intentando ocultar su vergüenza. Pronto, sus ojos miraron a través de la ventana mientras fruncía el ceño hacia el cielo.
—¿Qué es eso? —preguntó Zeras con curiosidad. Felicie miró hacia afuera un rato antes de volver a meter la cabeza.
—Hoy es el tercer día, ¿verdad?
—Sí.