—Idiota, no te quedes ahí parado. Acércate, déjame contarte el secreto de tu mayor deseo... —susurró Zeras, mientras el corpulento Kenji se apresuraba a su lado e inclinaba su cabeza hacia él, sus oídos atentos a Zeras.
—Dime, dime, ¿qué podría ser? —preguntó, mientras Zeras sacaba pecho.
—Sabes, ella fue la que me trajo aquí, por sí misma, ¿verdad? —preguntó, y Kenji asintió. —Acompañado aquí por un Maestro Eterno montado en un Unicoras celestial. Eso, ¿no te dice que yo también soy alguien bastante especial? —dijo, y Kenji también asintió.
—La verdad es que, eh, tu Maestro Eterno y yo en realidad somos secretamente familia, y esta fachada no es más que una prueba. Una prueba para ti...
—¿Una prueba para mí? —preguntó Kenji sorprendido.