—La placa del alma de nuestro clan acaba de romperse en dos... —Las palabras que escuchó del Gran Serafín resonaban continuamente en sus oídos mientras veía a Zeras desaparecer en el horizonte.
—No puede ser por él...
—Puedo caminar por mí mismo, déjame, ¡lo ordeno! —El rugido de ira, que sonaba aún más débil que el de una anciana enferma, resonó mientras Zeras levantaba una ceja mirando a la dama en sus brazos.
—Hmm, déjame ver... —Musitó, sus ojos brillando intensamente mientras miraba sus piernas.
—Tus piernas no son como las recordaba. Pero aún así, todos tus huesos se han reducido a pasta. Sería un milagro si pudieras caminar durante los próximos dos meses después de esta lesión... —Zeras narró con expresión indiferente, mientras ella fruncía el ceño, antes de que una luz se encendiera en sus ojos.