Zeras entró a la nave espacial, encontrándose en un gigantesco salón blanco, mientras se acercaba al asiento más cercano y dejaba caer su trasero en él.
Frente a él había otros tres asientos donde los tres oficiales de la EIA estaban sentados mirándolo con una sonrisa curiosa antes de que todos giraran a mirar al último oficial de la EIA.
Uno que había tenido los ojos cerrados todo el tiempo y no había dicho una sola palabra. Aunque era extrañamente raro que caminara sin caerse, la palabra 'extraño' ya casi no tenía significado para Zeras puesto que sabía bien que los despertadores se alejaban cada vez más del sentido común.
El hombre finalmente abrió los ojos revelando un halo blanco demasiado brillante que iluminaba la cara de Zera. Era como si tuviera linternas por ojos y Zeras sintió una sensación de desnudez al mirar esos ojos.