—Adiós, Madre... —La pequeña voz de un alegre niño resonó mientras una sonrisa le llenaba toda la visión.
Era de una hermosa dama de unos 25 años de edad. Vestida con un uniforme de sirvienta de color blanco y un pañuelo atado a la cintura. Miró al niño de cabellos plateados frente a ella, se inclinó hasta el suelo y le dio un fuerte abrazo antes de besarle la frente.
—Vuelve pronto, Quinn. Y no causes problemas en la escuela, ¿está bien? Me pondré triste si lo haces... —dijo ella, dibujando una expresión entristecida en el rostro del niño, pero pronto desapareció reemplazada por la sonrisa alegre de nuevo.
Con reticencia, se zafó de su abrazo y el niño salió corriendo de la casa y rápidamente se dirigió hacia la alta torre que se veía a lo lejos.
Quinn se movía rápidamente a través de los terrenos familiares, su feliz sonrisa nunca le abandonaba. A todo el que se cruzaba en el camino, lo saludaba y recibía de vuelta sonrisas muy alegres y orgullosas también.