Gaia miró al joven ante ella con los ojos entrecerrados, ya que le resultaba extrañamente familiar. El cabello oscuro y el rostro le parecían conocidos, pero el aura y el cuerpo musculoso no le traían ningún recuerdo.
—Oh, eres tú... —dijo Gaia cuando finalmente recordó al joven a quien su abuelo le pidió que curara.
—Sí... Soy yo, Zeras, he venido a agradecerte por tu ayuda —dijo Zeras inclinando ligeramente la cabeza.
—No es nada... —dijo Gaia con una voz que sonaba como si lo estuviera despidiendo.
—Y si recuerdo bien, parecías más sanador que luchador la última vez que te vi... —dijo Zeras con el ceño fruncido en señal de sospecha y confusión.
—No creo que eso te incumba. También has cambiado mucho desde la última vez que te vi, pareces mucho más fuerte de lo que eras antes, aunque a veces los ojos pueden mentir... —replicó Gaia con una sonrisa en su rostro.