—No te hagas el tonto conmigo —espetó Felicie, sin ceder ni un poco.
Había escuchado historias sobre lo traviesos y malvados que son esos otro mundanos. Pero más aún eran las historias de sus habilidades casi divinas.
Acababa de ver cómo él desaparecía fácilmente de donde ella estaba sentada y llegaba al otro extremo de la habitación, bloqueando el golpe de su hacha.
No había duda de que era un otro mundano, ya que no muchos que ella conocía podían moverse siquiera a la mitad de la velocidad a la que él se movió.
—¿Importa si soy un otro mundano o no? —preguntó Zeras, sacudiendo la cabeza mientras se acercaba a Felicie, quien retrocedió por precaución, pero él nunca realmente la alcanzó antes de dirigirse a la puerta, preparándose para salir.
Ya había conseguido la información que necesitaba. Su propósito aquí había sido alcanzado, y eso señalaba su momento de partir.
—¡¡¡ESPERRAAA!!! —gritó ella mientras también corría hacia la salida, viendo a Zeras salir del lugar.