—¿Quién es este hombre? —se preguntaba a sí misma Fae mientras lo miraba con pura animosidad. Si no fuera por su deber como guerrera y su perfectamente afinado autocontrol, lo habría hecho pedazos. Esa era la consecuencia de insultar a su creador—el progenitor de todas las Hadas.
—¡El Rey de las Hadas! —exclamó para sí. Cualquiera que hiciese tal cosa no merecía menos que la muerte.
—Aun así... debo actuar como el viejo siempre me está diciendo. Observa con calma al enemigo y extrae tanta información antes de terminar la tarea —pensaba Fae. Ella siempre había sido impulsiva en sus acciones, por eso el Rey de las Hadas se esmeraba tanto en inculcarle la esencia de la paciencia. Gracias a esos siglos de constante regaño y entrenamiento, finalmente cedió.
—Aprenderé todo lo que pueda de ti, justo como sé que planeas aprender todo lo que puedas de mí, y entonces después... ¡terminaré con tu vida! —prometía para sí misma. Si lograba 'accidentalmente' matarlo antes, pues que así sea.