—Harth se encontraba en una cresta puntiaguda de esquisto, los ojos muy abiertos, esperando ver si la figura se movería.
—Nada.
—Su garganta se cerró convulsivamente. El viento había cambiado y corría detrás de ella, por lo que no podía oler al macho a cien pies de distancia, tendido en el polvo seco y las piedras de este extraño lugar.
—Había estado corriendo cuando el bosque de repente cedió, y toda su húmeda y exuberante belleza se detuvo como si un fuego hubiera trazado una línea sobre ella.
—La tierra aquí era seca, árida, y abrumada por este enorme anfiteatro de roca y tierra. Había escalado la extraña ola de tierra que se alzaba puntiaguda hacia el cielo, para descubrir que era un anillo ovalado masivo rodeado por tres lados y roto solo en un lugar, como si el Creador Mismo hubiese pisoteado la tierra y ésta se levantara, desplazada, perforando el aire.
—Y muerto. El aire mismo era huesudo seco...
—Nada vivía en este círculo.
—¿Ni siquiera el macho?
—Ve. Ve. Ve.