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—Eres un jodido idiota.
Zev se sobresaltó, despertando al instante. El sol desnudo ardía a través de la entrada de la cueva, proyectando patrones dorados sobre el suelo de piedra mientras filtraba a través de las hojas. Zev parpadeó contra la luz, luego entrecerró los ojos ante la sombra mucho más oscura que lo sobresalía.
Skhal.
Mierda.
Zev empezó a sentarse. —¿Buena mañ...?
El golpe fue con la mano abierta y le dejó el oído zumbando. —¡Skhal! ¿¡Qué coño?! —Zev lo sujetó con un siseo y miró furioso al macho que no lo había castigado así desde que tenía quince años. —¿Qué estás haciendo?
—Tratándote como al cachorro que aparentemente todavía eres. ¿En qué demonios estabas pensando, Zev? ¿¡Drogarme?! ¿Crees que eso es gracioso?!
—No, estaba tratando de mantenerte a salvo, y ya sabes… tranquilo.
—¿Tranquilo? ¿Crees que esta es la manera de calmarme?!