—SASHA
Sasha miró sus manos. Estaban pálidas en la tenue luz. Frías. Pero no tan frías como las de Zev cuando tomó sus manos después de haber tocado la nieve.
Se sorprendió.
—¡Tu mano está helada! —exclamó ella.
Zev sonrió.
—Estaré bien. Pero, ¿por qué no vamos a preparar algo de desayuno y simplemente... estar juntos?
Sasha asintió cuando él tomó su mano de nuevo y la llevó de vuelta. Entrar a aquella hermosa habitación era como un suspiro de aire fresco. Estaba contenta de que hubieran quedado aislados por la nieve. Que no habría más encuentros fortuitos con hombres toro desnudos.
Sasha parpadeó.
—Entonces... Minos...
—¿Sí? —preguntó Zev sin mirarla mientras caminaban de vuelta a la habitación.
—¿Fue creado por los humanos?
—Sí.
Zev la soltó, regresando al fuego, avivándolo y colocando más leña para que las llamas crepitaran y Sasha pudiera sentir el calor que desprendía.
—¿Por qué? —ella preguntó.
—¿Por qué qué?