—Sasha parpadeó, alarmada. ¿Por qué no? ¿Qué hice? —gruñó Zev—. ¡Te estás subestimando completamente! ¿Así nomás entregarías tu alma, Sasha? ¿Sin siquiera pensarlo?
—No dije que entregué mi alma. Dije que estaba segura de que tú tenías una. Que no pasaría la eternidad buscándote como un triste fantasma.
—¡Pero no puedes saber eso!
—¡Tú tampoco!
—No —gruñó él—. Pero al menos lo consideré. Evalué la decisión. No solo tiré la precaución al viento y... y... ¡lo tomé a la ligera!
—No me estoy riendo, Zev. Solo estoy… espera… ¿consideraste qué? ¿Evaluaste qué decisión?
—Si me ofrecería como Ardiente —dijo, sus ojos alejándose de nuevo de su rostro, pero él todavía podía verla.
Los ojos de Sasha se agrandaron y retiró su mano lentamente de su pecho. —Tú... ¿no quieres? —preguntó en voz baja.
—¿Qué? ¡No! ¡Eso no es lo que quise decir!
Sasha se desplomó.
—Entonces, ¿de qué estás hablando?