—¿Qué te parece... quedarnos aquí afuera, en el porche mientras estoy? —le preguntó en voz baja. Su cabello oscuro caía sobre sus ojos mientras él la miraba hacia abajo, pero su mandíbula estaba tensa y sus ojos sombreados.
—¿Qué pasa? ¿Qué está mal? —Sasha parpadeó—. ¿Acaso no la quería?
—Nada está mal —Zev pasó una mano por su cabello y se rascó la parte posterior del cuello, la otra mano sumergida en el bolsillo de sus jeans—. Estoy pensando que hay algunas cosas de las que debería hablarte antes de... quiero decir, tus padres podrían llegar a casa y... ¿por qué no hablamos simplemente?
—Ella se había reído de repente, y se tapó la boca con la mano, maldiciéndose a sí misma por la estúpida reacción refleja que siempre tenía ante el estrés.
—¿Quieres sentarte aquí afuera y... hablar? —preguntó cuando se controló.
—Necesito decirte algunas cosas, creo —dijo Zev—. Y su voz no era esa grava melosa que siempre había amado. Ni siquiera fue la cálida sonrisa que solía tener.