—Sasha —dijo Yhet—, ¿quieres que te acompañe a tu árbol?
—No, gracias —Sasha sacudió la cabeza—. Tengo que acostumbrarme.
—Como quieras —respondió Yhet—. Si necesitas algo, estamos justo al lado.
—Lo sé, gracias.
Sasha observó cómo Yhet y Kyelle desaparecían antes de girar y dirigirse hacia su árbol. Subió la escalera de cuerda, abrió la pequeña puerta y entró en la calidez de su nuevo hogar. Se quitó las botas y los calcetines y examinó sus pies descalzos. Estaban negros y tenían cortes. Tenía que admitir, sintiéndolo mucho por sus zapatos, que aquel era su primer día sin tacones y ya odiaba la idea de volver a ponérselos.
Se sentó en la orilla de su cama y miró a su alrededor, sintiendo por primera vez la soledad de su habitación.
Luego su árbol se hizo visible y Sasha casi llora de alivio. Sin pensarlo, había dejado una linterna encendida por dentro. La gran ventana cuadrada a cada lado de la puerta brillaba de manera acogedora.