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—Sasha —Ver a Zev mirándola y tocándola era... abrumador. Su mirada la seguía como si fuera lo único en el mundo, sus ojos azul hielo fijos, pupilas dilatadas. Y ella tembló, su piel se erizaba con una mezcla intoxicante de deseo y emoción. Había tenido que cerrar los ojos cuando sus dedos tocaron su piel, se deslizaron en su cabello, porque su cuero cabelludo hormigueaba y corría el riesgo de avergonzarse a sí misma.
Se mordió el labio para mantenerse firme, y solo respiró. Pero luego volvió a atrapar ese olor suyo.
Mierda, era un desastre. Un desastre fundido y resplandeciente.
Entonces él susurró su nombre y ella casi gimió. Había anhelado escuchar eso, ese tierno soplo de su nombre, como él solía decirlo, en su oído, en su cabello, contra su piel—durante cinco años.
Su mano se deslizó hacia arriba para atrapar la de él, para detenerlo, y él se congeló. Soltó una pequeña risa. Ni siquiera lo estaba mirando y podía sentirlo. Aún podía leerlo como un libro.
Él tenía terror de que ella fuera a decir que no. Y eso fue lo que la convenció.
Él era todavía Zev. Su Zev. Zev era bueno. Ella lo sabía. Lo sabía como sabía su propio nombre. Lo que él había hecho... lo que había sucedido esa noche... tenía que haber una razón.
Así que, cuando ella abrió los ojos y los suyos se encontraron, respiró hondo otra vez el olor de ducha de lluvia de verano de él y asintió. "De acuerdo", dijo.
No debería ser tan fácil tirar toda su vida por la borda con una palabra.
Pero realmente no lo era. No estaba tirando su vida por una palabra. La estaba tirando por un hombre.
Si era una tonta por eso... pues... lo había intentado. Había intentado olvidarlo. Escapar de su recuerdo. Convencerse a sí misma de que lo que habían tenido había sido solo torpezas adolescentes e infatuación.
Pero no había funcionado. Y ahora él estaba aquí.
—De acuerdo —dijo de nuevo, más clara esta vez—. Dime qué hacer.
La miró como si fuera a besarla y por un momento ella contuvo la respiración. Pero luego él parpadeó y se levantó—encorvado, porque la camioneta era un buen pie más baja que él—y le ofreció una mano para ayudarla a salir del asiento.
—Cuando abra la puerta, caminamos, justo como lo harías cualquier otro día —le dijo—. Como si nada de esto hubiera sucedido, ¿de acuerdo?.
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Ella asintió, tragando. Realmente iba a hacer esto.
—Voy a asegurar el apartamento, pero tú no dices una palabra —ni una sola palabra— sobre irte o lo que ha sucedido esta noche. Puedes hablar. Hablas de verme de nuevo. Hablas de tus preguntas sobre nosotros, cualquier cosa... normal. Está enojada si estás enojada. Está herida. Está asustada. Lo que sea. Pero no hablas sobre el hecho de que estamos empacando una maleta, o que estoy asegurándome de que no haya nadie alrededor, ¿de acuerdo?
Ella asintió de nuevo, una risa histérica burbujeando en su garganta al surgir de repente la imagen mental de ella misma parada sobre un montón de ropa interior y calcetines, regañándolo mientras él corría por el apartamento con una pistola, como un héroe en una mala película de policías.
—Cuando el momento sea el adecuado, voy a fingir que me enojo contigo y me voy. No me estoy yendo, ¿entiendes? Pero si haces algún ruido después de eso debe sonar como si estuvieras herida y molesta de que te haya dejado otra vez. No puedes... Sasha, no puedes escuchar nada de lo que diga cuando eso esté sucediendo, ¿entiendes?
—¿Crees que tienen mi apartamento intervenido?
Él resopló. —Si no, alguien la regó. Pero no sé si ya lo habían hecho antes, o si se apresuraron a hacerlo esta noche. Entonces, actuamos como si pudieran escuchar todo allí, ¿de acuerdo?
Ella asintió, su corazón martillando en su pecho.
Él tomó su mano y ella respiró hondo agudamente. —Cuando me vaya, llevaré la bolsa. Haces el ruido que quieras por mi partida, luego sales al pasillo como si estuvieras enojada y buscándome. Luego corremos como el infierno.
Ella asintió de nuevo, atontada. —¿A dónde vamos? —preguntó ella.
Esa fue la primera vez que su mirada se oscureció. Un temor se filtró en ella cuando él tragó y bajó la mirada, pero se encontró con la de ella antes de hablar, frotándose la mandíbula sombreada por la barba incipiente.
—Te llevo a casa —dijo con cuidado.
Su rostro se descompuso. —No puedo ir a casa, Zev. Mis padres se separaron. No tengo
—No a tu casa, Sasha. Eso no es seguro. Ya tendrían ojos sobre tus padres. Te llevo a mi casa.
Ella frunció el ceño. —¿Ese pequeño pueblo en medio de la nada?
Él asintió, pero sus ojos estaban reservados. Pero no le dio tiempo a pensar en eso. Alcanzó la manija de la puerta de la camioneta y murmuró bajo el rodar y chirriar de ella, —Es hora. Necesitamos movernos. Recuerda, habla.
Ella asintió, luego lo dejó guiarla fuera de la camioneta y a través del aparcamiento hacia la escalera.