La cruz en el cuello de Elisa resplandecía en color rojo mientras pasaba por la ventana que mostraba la gran luna roja. Siguió tres pasos detrás de Ian, quien había estado callado todo este tiempo. Elisa no sabía por qué, pero algo se sentía terriblemente mal en ese momento. Ian siempre caminaba a su lado, hombro con hombro. Pero hoy, en particular, eligió caminar delante de ella y con pasos más rápidos que la hacían quedarse atrás.
—Espérame —pidió Elisa e Ian se detuvo en seco.
Él giró su rostro luego una sonrisa adornando sus labios, —¿Iba caminando muy rápido?
—Un poco —respondió ella—, pero estoy bien. ¿Qué les pasó a los enemigos que atacaste antes?
—No eran nada más que hierba trivial —Ian extendió su mano hacia ella—. Caminemos para que nunca te separes de mi lado.