En el Infierno, se conocía una tradición desde tiempos antiguos donde un Demonio provocaba a otro en un combate con algo en juego, y al principio Leviatán creyó que eso era lo que tenía en mente Lucifer al venir a la cueva que había tomado como su actual residencia. Pero entonces no había nada que apostar y él no veía ninguna ventaja positiva en que Lucifer provocara su ira.
—¿Es esto alguna broma del Infierno de la que no estoy al tanto? —cuestionó Leviatán—. ¿Qué demonios era esa boda de la que hablaba este hombre?
—Ciertamente que no. ¿No ve su alteza que he venido con buenas intenciones? —Lucifer cambió sus palabras a un tono más cortés, pero notó cómo solo hacía el efecto opuesto con Leviatán, cuyas manos se tensaban a su lado como si estuviera a punto de invocar algo—. De verdad que no estoy aquí para luchar; sería más prudente que mantenga sus manos quietas antes de invocar sus leales sombras, su alteza.