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Ian estaba acostumbrado a la mirada hostil de los demás ya que siempre fue visto como un monstruo ardiente con una mente astuta. En los últimos años, no había matado a tanta gente como en los viejos tiempos, razón por la cual la mirada le resultaba más refrescante que cuando visitaba soirées o fiestas donde la gente deseaba estar de su lado bueno.
Pero las miradas de hoy no estaban dirigidas a él sino a Elisa. Giró la cabeza hacia su novia, observando cómo sus ojos no estaban llenos de miedo sino distantes mientras miraba a la aldeana. —Dime, Elisa amor, ¿has visto todas estas caras de la gente? —preguntó.
Elisa observó las caras de los aldeanos que se agolpaban cerca de ellos. Vio a la señora Welly de pie con otras mujeres y hombres que conocía. Notó que habían envejecido y algunos parecían tener un nieto. —Sí, los conozco... bien —musitó.
—No parece un 'bien' muy bueno el que escucho ahora —la miró curioso.