Volviendo no a la misma ventana sino a la habitación de Ian, se detuvieron en el balcón. Elisa dio el primer paso hacia el suelo. Todo el tiempo había estado callada. A pesar de que Elisa era una chica curiosa que incluso podía avergonzar a un gato curioso, con la cantidad de nueva información que debería haberle hecho hacerle un montón de preguntas, no habló.
—¿Estás triste? —preguntó Ian mientras se sentaba en la barandilla del balcón. Dejó que sus alas volaran sobre la ventana, como un pájaro que descansa mientras deja que el viento sople sus hermosas alas.