—Asmodeo —Serefina murmuró su nombre con un suspiro irritado—, no estaba en buen estado como para hacer un comentario sarcástico, tampoco tenía suficiente fuerza para luchar contra ella ni para quemarla viva como quería, justo como cuando el diablo vino a hacerle una oferta la última vez.
El diablo realmente no sabía cuándo dejar de molestarla.
—¿Qué quieres ahora? —Serefina utilizó el borde de la cama para apoyar su cuerpo, así podía levantarse—. No había manera de que quisiera quedarse en el suelo frente a Asmodeo. Incluso cuando cada movimiento le dolía, la bruja se levantó con obstinación.
—Sabes lo que quiero y la oferta sigue siendo la misma —dijo Asmodeo felizmente—. ¿Todavía quieres darme la misma respuesta? —movió su mano hacia la ventana, que mostraba lo sombrío que se había vuelto el cielo—. Hemos sitiado esta ciudad —afirmó con una sonrisa que parecía nunca abandonar sus labios.