Rafael observaba intensamente mientras el curandero vendaba el brazo derecho de Lana y él sostenía su otra mano.
—¿Cómo está ella? —preguntó el Beta con gravedad. Sus ojos seguían siendo del color del cielo nocturno ya que no podía contener su enojo al ver el rostro pálido de Lana. Si la plata la hubiera apuñalado en una parte vital, ya la habría perdido.
—Estoy bien —Lana intentó calmar la ansiedad de Rafael, pero ninguna cantidad de palabras podía aliviar sus sentimientos tensos en este momento.
—Estará bien después de dos días de descanso —dijo el curandero después de terminar de atar el vendaje y dejar que Lana se recostara nuevamente—. Su capacidad de curación ayudará, pero siendo plata, tomará algo de tiempo. Solo tienes que prestar atención a no mojar la herida.
—Gracias —murmuró Rafael, pero sus ojos no se apartaban del rostro de Lana—. Creo que Serefina te necesitará en la torre del rey.