Esperanza caminaba lentamente hacia el granero, alerta de su entorno. Habían sucedido demasiadas cosas el día anterior, más que en sus diecisiete años de vida. Nunca en su imaginación más salvaje, creyó que sería capaz de manejar algo más que eso.
Temerosa de que otro cazador saltara ante sus ojos, con pasos cautelosos, asomó la cabeza dentro del granero.
Sin embargo, lo que vio entonces la alivió de inmediato.
—Si ibas a venir aquí, ¿por qué no viniste primero a buscarme? —Esperanza entró al granero donde Ian y Ethan estaban sentados junto a la bestia blanca.
Anoche, Esperanza se aseguró de limpiar a la bestia de la sangre que manchaba su pelaje, para que pudiera descansar más cómodamente.
—Pensamos que aún estabas durmiendo —respondió Ian sin levantar la cabeza de la vista de la bestia dormida.