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Raine llegó completamente preparada. No era tan estúpida ni arrogante como para pensar que podría derrotar a los diablos por sí sola o creer en la conjetura de que esos diablos mantendrían su palabra como caballeros.
Con Belphegor sujetándole el cuello, Raine rodeó su muñeca con las manos. Claro, alejarlo era solo un deseo vacío para Raine, su fuerza no se compararía con la del diablo.
Sin embargo, ella conocía su debilidad y podía usarla sabiamente en su contra.
Sin que los diablos lo supieran, Raine había untado sus palmas con su propia sangre. No, no se cortó con el puñal que Sunny le dio. Raine ya había extraído su sangre antes de venir aquí, porque más o menos, sabía con lo que se enfrentaría.
Una vez que las palmas de Raine, cubiertas con su sangre, hicieron contacto piel con piel con las de Belphegor, él gritó de agonía y abruptamente soltó a Raine al suelo.