—El niño estaba maldito —dijo Raine en voz baja—. No podía quitarle los ojos de encima a los rojos ojos del niño. La sonrisa en su rostro era tan espeluznante que hacía difícil creer que solo era un niño —hizo una pausa y continuó—. Lo vi. Le pusieron un hechizo.
Mientras Raine decía eso, recordó cómo el niño gritaba de agonía al final del ritual, cuando un mago recitaba un hechizo en un extraño idioma.
Vertieron un cubo de sangre sobre el cuerpo del niño y a medida que su pequeña figura se teñía de rojo, también lo hacían sus ojos.
Sus ojos se tornaron rojos, justo como se veían ahora.
Raine no sabía que la situación resultaría así, no lo había visto bien en su primer intento y ahora que miraba más profundamente, estaba pasmada de que existiera este tipo de brujería.
El niño inclinó su cabeza mientras miraba a Raine con interés.