Los ojos de Raine se abrieron sorprendidos mientras miraba hacia el lugar donde Serefina la había apuñalado. No podía ver qué era, pero su punta se estaba desapareciendo lentamente en su cuerpo, hasta que no se pudo ver nada.
Lo más extraño era que Raine no sentía dolor alguno, pero sí sentía algo cálido que se esparcía por su pecho hasta su cuerpo, alcanzando las yemas de sus dedos.
—¿Qué estás haciendo...? —Raine estaba atónita. Tocó el lugar donde había penetrado su cuerpo. —¿Qué era esa cosa? —Raine ya no podía sentirlo. Miró a Serefina con horror. —¡Di algo!
Serefina rodó los ojos como si estuviera cansada con la reacción exagerada de Raine. —Mira a tu alrededor —dijo perezosamente.
Solo entonces Raine se dio cuenta de que ya no estaba en el comedor, aunque reconocía este lugar.
Estaban en el desierto que Raine había visitado cuando viajó atrás en el tiempo antes. Este era el lugar que limitaba con la ciudad de los ángeles.