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—¿Qué sacaste de seguir al Licántropo de vuelta al apartamento en llamas? —preguntó Lucifer a Andromalius.
Ambos estaban de pie en el parapeto de uno de los edificios más altos de la ciudad. Encima de ellos, el cielo se había oscurecido, y la luz de la luna estaba cubierta por las nubes sombrías que colgaban bajas, dándole a la noche una atmósfera inquietante.
El viento que aullaba recordaba el peligro que acechaba desde la sombra.
—Esa chica no es una simple humana —Andromalius le respondió distraídamente, mientras acariciaba la cabeza de su serpiente negra.
—No lo es —admitió Lucifer—. Dime exactamente ¿qué es ella? —Quería saber si Andromalius podía descifrar lo que era Raine.
Andromalius inclinó la cabeza y se burló:
—Ni siquiera sabes lo que es... Me pregunto, si el Orgullo ya no se ha convertido en tu pecado —Lo entendió todo mal.
Lucifer sonrió con astucia, una sonrisa maliciosa que reflejaba lo sagaz que era su mente:
