Hubo silencio entre ellos y nadie hablaba mucho. El sanador comenzó a sentirse muy somnoliento. —Estoy muy cansado —dijo—. Tomaré una pequeña siesta. Si sientes que algo va mal, puedes despertarme.
Los labios de Tasha se curvaron hacia arriba. —Claro, y gracias por ayudarme.
—¡De acuerdo! —respondió y luego apoyó la cabeza en el reposabrazos del sofá. En pocos minutos, estaba roncando bajo la manta.
Tasha sonrió con picardía. Recogió el té y la bandeja de pasteles para llevarlos de vuelta a la cocina. Cuando salió, caminó hacia el sanador y lo examinó durante unos minutos. Su ronquido se hizo más profundo. Se inclinó y le dio un golpecito en el hombro con el dedo. El hombre no se movió ni abrió los ojos. Estaba profundamente sedado. No se levantaría al menos en medio día.