—Nadie se acerca a este carruaje —dijo en voz alta a cualquiera que estuviera cerca. El techo del carruaje era justo lo suficiente para que ambos pudieran estar de pie y su cabeza casi tocaba el techo. —¿Pensaste que podrías huir, Olivia?
—Creo que deberíamos entrar al templo y acabar con la ceremonia —dijo ella, mirándolo fijamente a sus cálidos ojos color miel que parecían remover un nido de mariposas en su pecho.
—¿Por qué no te sentaste conmigo? —preguntó él.
—Kaizan, estás comportándote como un niño al que le robaron un caramelo —dijo ella con las cejas arqueadas.
—Me robaron mi caramelo y tengo que asegurarme de que nunca vuelva a ser robado —Había una ligera sonrisa en sus labios y un brillo suave en sus ojos.
—Ahora realmente te estás comportando como un pequeño bebé —dijo ella con un chasquido.