Al ver a Íleo y Anastasia en esa posición, Olivia jadeó. Rápidamente, se dio la vuelta y se presionó contra el árbol por la vergüenza. Permaneció congelada en su lugar, conteniendo la respiración, esperando que no la notaran. El calor subía a sus mejillas y lo único que quería era salir de allí, pero lo único que recibía eran esos gemidos.
—¡Oh, mierda, Ana! ¡Estás tan caliente! —jadeó él. Hubo un revuelo de tela y piel sobre la hierba.