Una semana después.
De acuerdo a lo planeado, Aed Ruad fue sedado a pesar de sus protestas y sellado en la cápside. Íleo ya conocía la magia de las luces azules cintilantes que había aprendido cuando fue al reino de Zmjia para buscar a Iona y, en cambio, regresó con Guarhaal en el ataúd.
Los sirvientes habían subido la cápside al salón principal del ala este una hora antes del amanecer. Haldir, Guarhaal y Anastasia estaban allí esperando junto a Íleo. Aunque Íleo había pedido a su esposa que no estuviera presente allí porque su reacción era algo ante lo que se estremecía, ella vino. Había dicho que quería ver a Aed Ruad abandonar este lugar para siempre, para que su mente pudiera tranquilizarse para siempre. Los sirvientes pusieron el cofre sobre un estrado elevado.
Íleo tomó la mano de Anastasia y la apretó. —¿Estás segura de que quieres ver esto? —preguntó.
Ella asintió con determinación. —No quiero perdérmelo.