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Íleo la recogió en sus brazos y subió la escalera de caracol hacia los pisos superiores. La mazmorra estaba situada siete niveles más abajo y la llevó en brazos hasta que alcanzaron el nivel de la calle, donde el sol matutino los esperaba con sus rayos dorados esparcidos en el cielo como pétalos de una flor. Caminó con el rostro de ella enterrado en su pecho y con la espada Evindal colgando de una mano y la otra mano enredada en su cuello. No se pronunciaron palabras. Eran solo alientos cálidos avivando al otro. Ella por agotamiento mental, él por preocupación por ella.
La llevó directamente a su alcoba y al baño. Había convocado a las criadas, y ellas estaban allí para ayudar a la princesa. Una de ellas tomó su espada y la colocó en el mostrador al fondo donde comenzó a limpiarla.