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Después de un día completo de trabajo sin parar, Rolfe había regresado al palacio. Estaba agotado hasta los huesos. La lluvia azotaba las ventanas y debatía si debía ir o no a su habitación. Era tarde en la noche. El palacio parecía muy vacío, excepto por algunos sirvientes que se apresuraban a servirle la cena o ayudarle a cambiarse de ropa. Rolfe no tenía mucha hambre.