—Nunca haría eso, Iona —Adriana abrazó a su hija—. Dioses, te extrañé tanto.
—Y yo a ti... —Iona suspiró mientras enterraba su rostro en el cuello de su madre y olía su aroma familiar.
Adriana se alejó. Miró a su hija con amor, contemplando su hermoso rostro mientras recordaba todos los días en que era demasiado traviesa para manejar y cuando tenía demasiadas peleas con su hermano y tenía que interponerse entre ellos y separarlos. La pequeña intentaría pelear a puñetazos con Íleo y luego se quejaría cuando se lastimaba.
—¡Esa es mi niña! —Dmitri había salido del dormitorio. Vestido con una camisa blanca desabotonada en el cuello y pantalones negros, se veía tan fresco y guapo que Adriana suspiró.
—¡Papá! —Iona estaba a punto de levantarse para abrazar, cuando él llegó inmediatamente a su lado.
—No te sacudas y no te levantes tan rápido y no te emociones demasiado y nunca, nunca olvides que estás embarazada y no...