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Cuando Anastasia salió del portal, le robó el aliento a Áine. Su bebé había crecido y se había convertido en una mujer. Todo lo que pensó que le diría al encontrarse, todas las cosas que había imaginado, se desmoronaron como papel. Y esos pensamientos se empaparon rápidamente con las lágrimas que caían de sus ojos. Se levantó del tronco, con los ojos muy abiertos, el aliento atrapado en su garganta y su corazón derritiéndose. Antes de que pudiera jalar el aire que su cuerpo necesitaba, estaba cerca de su hija, mirando en sus ojos que eran justo como los de su padre. —Ana... —murmuró su nombre.