El demonio que estaba parado con la entrada abierta comenzó a temblar. —Creo que los hombres del rey están aquí. ¡Por favor, apúrense! Los fuertes pasos estaban tan cerca que un pánico helado se apoderó de todos ellos.
Kaizan miró a Caleb con un ceño fruncido en la frente, mientras el temor lo atrapaba como una sombra oscura al fondo de su mente. Giró la cabeza sobre sus hombros para dar un último vistazo a la oscuridad del túnel, esperando contra toda esperanza que Rolfe y los soldados fae regresaran. Un escalofrío recorrió su cuerpo al no ver a nadie.
La magia de Caleb se había debilitado a tal nivel que si se retrasaba un poco más, se desmoronaría y todos serían expuestos.
—Debemos irnos... —dijo Caleb, su voz apenas audible.