Íleo no quería correr los riesgos. —¡Maldita sea! —exclamó frustrado. Exhaló pesadamente y luego pisó la próxima tabla con la mayor agilidad posible.
Íleo no quería correr los riesgos. —¡Maldita sea! —exclamó frustrado. Exhaló pesadamente y luego pisó la próxima tabla con la mayor agilidad posible. No tardó mucho en llegar al otro lado después de eso. Miró hacia atrás cuando estaba a solo unos diez metros del suelo.
Darla pensó que esa era una señal para que ella cruzara el puente. Dejó los pernos y, emocionada, pisó la tabla. Darla echó a correr.
—¡Para! —gritó Íleo, pero era demasiado tarde.
La tierra tembló. Darla e Íleo se congelaron sorprendidos en sus lugares.
—¡Dioses! —susurró Anastasia con los labios temblorosos.