Íleo suspiró, volviendo su rostro hacia la luna que apenas brindaba alguna luz al océano. Incluso las estrellas estaban borrosas debido a las nubes que se desplazaban intermitentemente, llevadas por fuertes ráfagas de viento. Cerró los ojos. —Se han perdido tantas vidas y todavía no hemos podido encontrar a Iona. ¿Podremos alguna vez? Miró el rostro de su esposa, que ahora lo observaba, y dijo:
—Iremos a Draoidh, mi amor, pues solo ese lugar es seguro para ti. Ella frunció el ceño como si sintiera el peso de la situación. —¿En qué piensas? —preguntó.