De pie en la cima de una colina, Anastasia miraba hacia el amplio océano que estaba cubierto de una densa niebla blanca que había llegado casi hasta donde ellos estaban. Podía oír las olas del océano chocando contra las ásperas piedras de la colina. Suaves ráfagas de viento fresco revolvían su cabello.
—¿Estamos al borde de Zmjia? —preguntó ella, embelesada por la escena frente a sus ojos. Su mirada se desvió hacia las altas montañas a la izquierda que estaban cubiertas de neblina rodante y solo la copa de los densos árboles era visible.
—¡No! Estamos en Tongass, —respondió Íleo mientras fruncía los labios.
Sus ojos se abrieron de par en par con la sorpresa y luego una oleada de adrenalina recorrió su cuerpo, llenándola de emoción. Se entreabrieron sus labios.
—P— pero dijiste Zmjia! —No podía creer que Teodir estuviera tan determinado en enviarlos a Tongass.
Íleo tomó su mano y se giró para caminar.