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Los días se alargaban interminablemente para él. Sentado en la cresta de una colina, Rolfe miraba fijamente hacia el horizonte, mientras el alba inundaba de luz dorada los prados y los pinos y abetos. Los cristales de hielo colgando de sus ramas y ramillas brillaban con el suave resplandor del sol. Habían pasado tres semanas desde que había regresado a Galahar. Tres semanas sin su pareja, y ahora estaba al borde de una melancolía que se extendía tanto como podía mirar en el horizonte.