—La primera lanza desgarró la carne de su muslo al pasar zumbando junto a ella y se astilló en la parte superior del árbol en el que estaba —comenzó a narrar el pasaje—. La segunda lanza la falló, pero la tercera la golpeó justo en el glúteo y sobresalió por el lado frontal a la izquierda de su ingle. La alcanzó en pleno aire cuando saltaba hacia el siguiente árbol. Giera cayó al suelo con un sordo golpe, la espesa capa de nieve absorbiendo el impacto de su caída. El lugar donde cayó se tiñó de rojo inmediatamente. Giera intentó levantarse. La lanza, incrustada en el suelo, fijaba su glúteo en su lugar. Su mente se aturdió y vio estrellas blancas en su visión. Agarró la lanza, mientras respiraba con dificultad, para romperla, pero encontró a Íleo de pie sobre ella con su bota sobre su muslo herido.
—Giera —dijo él a través de sus dientes apretados—. ¿Por qué mataste al sanador? —siseó sin perder tiempo. Necesitaba información y la necesitaba desesperadamente.