LERRIN
Cuando Suhle lo guió hacia el matorral con la manta encima, pensó que podrían retirarla y acurrucarse frente al fuego juntos en la manta limpia, pero en vez de alcanzarla, Suhle se agachó y se introdujo entre las ramas de los arbustos, desapareciendo en ellos. Cuando la siguió, descubrió que adentro, ella había encontrado un pequeño espacio redondo, lo suficientemente grande para que ambos pudieran acostarse uno al lado del otro.
Ella había dispuesto sus pieles allí—juntas. Una, abierta y plana sobre el suelo. La otra abierta y plana sobre ella. Y había enrollado la segunda manta que tenían en un tubo en el que podrían apoyar sus cabezas.
Lerrin se arrastró a cuatro patas y se detuvo, asombrado.