ELIA
Se aferraban el uno al otro, manos en pechos, en cabello, labios con labios, susurrando palabras con los corazones palpitantes. Pero Elia podía sentir que su agarre se debilitaba y cada vez que cerraba los ojos, tardaban más en abrirse. Luchaba contra el sueño que avanzaba. Con fuerza. Pero no podía soportar la idea de desvanecerse. Debía encontrar una manera de prepararlo.
—Rethh —susurró, levantando su rostro para poder mirarlo a los ojos, los suyos medio entornados—. Está sucediendo.
Su rostro se crispó y su enorme mano acunó la parte trasera de su cabeza, amasando su cuello, los dedos enterrados en su cabello. —Está bien, Elia. Solo descansa. Yo... yo te amo. Te amo. ¿Me oyes? Te amo.
—Yo también te amo. ¡Oh, Rethh, solo… no quiero irme!
—No te irás —dijo él, las palabras gruesas en su lengua—. Reclamada y ofrecida, ¿recuerdas? Eres mi eternidad, Amor. En todo el sentido de la palabra.