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Kalle gritó, echando su cabeza hacia atrás contra la almohada.
Gahrye, con la boca abierta y jadeante, se aferró al lugar donde su cuello se encontraba con su hombro, su lengua saboreando su piel mientras sus dientes rozaban.
No mordió fuerte, pero ella sintió que él tenía la capacidad de hacerlo y clavó sus manos en su espalda, atrayéndolo hacia sí mientras comenzaban a rodar juntos.
—Mía —gruñó él—. Eres mía. Solo mía, Kalle.
—¡Sí! —jadeó ella, comenzando a temblar, su respiración entrecortada.
Algo dentro de ella comenzaba a desplegarse, esa ola esquiva que nunca había encontrado con otro ser humano.
Pero justo al lado, algo más brillaba y llamaba, abriéndose en sus venas y pulsando con el latir de su corazón.