—¡Nos dejarías a los lobos de nuevo restringidos! —gritó uno.
—¡Traicionas nuestros secretos! —acusó otro.
—¿Por qué debemos jurar cuando la gente de la Ciudad no lo hace? —exclamó un tercero con evidente enfado.
Reth tomó un largo y profundo suspiro e intentó captar la mirada de Lerrin. Pero el lobo se enfrentaba a su antiguo pueblo, su rostro serio y perturbado. Aun así, no vaciló, solo negó con la cabeza o sostuvo las miradas desafiantes que podrían haberlo debilitado. Se paró con fuerza y certeza. Si sus manos no hubieran estado atadas, Reth habría pensado que era no solo libre, sino el verdadero líder de estos Anima.
Cuando no dejaron de lanzar sus acusaciones, el labio superior de Lerrin se curvó mostrando sus dientes.
—No puedo levantar mis manos para silenciaros, y no podemos responder a vuestras preguntas hasta que nos dejéis hablar —bramó Lerrin—, y luego les dio otro momento para calmarse.