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—En su tienda —la más grande del campamento, lo suficientemente grande para cuatro lobos, lo cual era un estúpido despilfarro— Lerrin estaba sentado en el baúl al final de sus pieles y miraba el suelo.
—Después de una mañana con el consejo de seguridad, que había sido frustrante, pero productiva, había puesto excusas para regresar a su tienda a revisar los informes de los rastreadores y exploradores.
—Pero no llegarían nuevos informes hasta esa noche.
—Era un cobarde, puro y simple.