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Damien miró el ataúd de su madre y luego a la pareja abrazándose. También se formó un nudo en su garganta.
Su madre... Nunca le había gustado. Pero eso no significaba que no la amara.
—Lord Damien, ¿quiere decir algo sobre su madre? —preguntó un hombre cuando él negó con la cabeza y se dio la vuelta para irse.
—Damien... ¿A dónde vas? —escuchó que lo llamaba Rafael, pero no escuchó ni esperó mientras cruzaba el suelo y luego empezó a correr. Corría tan rápido que podía escuchar su latido en la garganta.
Cuánto tiempo había pasado. Finalmente se detuvo cuando ya no pudo correr más. Se detuvo y se apoyó en un árbol cuando su cuerpo cedió y se desplomó en el suelo.
La imagen de su madre regañándolo, quejándose con él pero luego abrazándolo y después explicándole, comenzó a pasar por delante de sus ojos y su corazón se sintió pesado.
Sintió que no podía respirar. Como si una roca pesada estuviera en su pecho que no le permitiera respirar.